Faltaban 15 minutos para las cinco de la tarde del lunes 3 de marzo de 1969. Maruja corría a toda velocidad desde el Paseo de la República para doblar hacia la calle José Díaz, y poder llegar a tiempo. En La Bombonera ya estaba erigida la net, y el brilló del parqué relucía. En una esquina, sentado sobre una silla de madera, que prácticamente le quedaba pequeña por su estatura, esperaba un hombre de rostro afable, peinado hongueado y mirada prolija. Vestía una chompa ceñida al cuerpo, pantalón casimir y zapatillas deportivas. Tal vez era algo inusual para un entrenador de vóley, pero se veía diferente y muy elegante; era su estilo. Las jóvenes llegaban extenuadas una a una y se formaban en el centro del campo. Akira se levantaba y le indicaba a Jorge Sato que les comunique que estaban aquí para triunfar, entrenando y estudiando. A Maruja Ostolaza, una adolescente de 14 años, que había llegado hace unos dias de chimbote, le sudaban las manos al ver en frente a un enorme técnico, que no infundía miedo sino respeto. Él único temor de la novata voleibolista era fallar, y volver pronto a casa.

«Yo Llegaba media hora antes, pero salia del colegio volando. Llegaba y Akira ya estaba en La Bombonera del Estadio Nacional. El primer dia tenía unos nervios enormes, al verlo a él y a grandes como Lucha Fuentes y Pilancho Jiménez. Jorge Sato nos tradujo lo que indicó Akira: ‘esfuercense mucho y en 15 días sabran el resultado de su trabajo'», evocó.

Foto: Diario El Peruano.

Maruja Ostolaza ganó cinco títulos sudamericanos (71, 73, 75, 77 y 79) con la blanquirroja de sus amores, méritos que le dieron el honor de recibir como reconocimiento la Orden de Gran Cruz por el Estado peruano, una de las pocas con esa distinción, junto a Lucha Fuentes {seis títulos sudamericanos) e Irma Cordero (seis títulos sudamericanos).

«Yo era muy chica», recuerda Maruja. Llegó desde su Chimbote natal a la par con Teresa Núñez, teniendo solo un año de experiencia en la Liga. Asegura que haber visto en ese momento a las más grandes entrenar con tanta facilidad, la atemorizaba y hacía pensar que no podría mantenerse. Pero, luego de tres meses de entrenamiento Akira le dio la orden específica a Sato de ir seleccionando jugadoras, y que les transmitiera a cada una lo que requería de ellas.

«Jorge (Sato) me dijo que trabajaría atrás, que asi lo había decidido Akira. Como aún no sabía del todo español tenían que traducir. Hasta ese momento yo no tuve contacto directo con el técnico, y mis nervios eran frecuentes, porque siempre esperaba que me digan que no continuaría más. Yo le ponia mucha garra y velocidad, mucho corazón. Luego, en octubre, siete meses después, Akira ya hablaba fluido el idioma, y me dijo al término del entrenamiento que quería conversar conmigo. Pensé, ‘hasta aquí llegué’, porque nunca se había dirigido hacia a mí de manera directa. Finalmente, dijo con tal serenidad y convicción que había visto mis condiciones y queria que juegue como armadora, que era muy baja de tamaño, pero tenía talento, y que debía trabajar para mejorar mucho», relata.

Foto: Diario El Peruano.

No es una leyenda, por no decir un cuento, que Aikra Kato es el padre del vóleibol peruano: es una verdad innegable. No solo por su manera de enseñar y explicar sus métodos, sino además por transmitirles un sentido paternal a la sus jugadoras. Respecto a esto, Ana María Ramírez, una de las precursoras de esta historia eximia del voleibol peruano, resalta la unión de equipo que marcó una era, y que hasta hoy mantienen.

«Noa reunimos por lo menos una vez por mes para almorzar. Hablamos de vóley y siempre recordamos a Akira. Esto es algo que él mismo nos enseñó, lo hacemos hasta inconscientemente, pero fue lo que nos inculcó porque también nos reunía para almorzar o conversar. Fuimos una generación muy unida, y hasta hoy lo mantenemos», explica.

Ana María llegó a la selección por una coincidencia. Su equipo, del barrio Santa Rosa de Pisco, fue invitado a Chincha para jugar un partido frente a otro de Cañete. Como ambos habian resultado campeones de sus respectivas ciudades se les concedió el honor de disputar un encuentro preliminar antes del choque amistoso entre Perú y Japón. Durante el ‘match’ el equipo de Akira Kato hizo acto de presencia y, al término de la actuación, el técnico tuvo la acertada visión de invitar a los entrenamientos de Lima a Ramírez y a su compañera Rita Pizarro.

Ana María, como muchas otras seleccionadas, llegó a la capital por disposición y decisión de Akira. Al igual que la mayoría, tuvo que resistir la distancia sin su familia, con el fin de cumplir sus sueños. A pesar de la rigurosidad de los largos entrenamientos, que duraban hasta cinco horas, hubo momentos de risas y de anécdotas inéditas.

Foto: El Comercio.

«Akira nos enseñó a jugar el ‘antebrazo’, a acomodarnos con la posición correcta. Entonces, en los entrenamientos él se ponía en la postura indicada para que nosotras podamos hacer lo mismo y de manera correcta. Pero, esto, a los periodistas presentes les causó extrañeza, lo tomaron mal, porque se veía raro e incluso hubo algunas sonrisas al ver al entrenador flexionar el cuerpo de tal modo», comentó.

La propia Mruja Ostolaza recuerda que Kato las hacía sentarse en una silla para recibir el balón, esto como método para adoptar la posición adecuada. Durante los entrenamientos se veía constantemente a periodistas de renombre como Raúl Dreyfus, Raúl Dávila y José Trocón, entre otros. Ellos, eran constantes y respetuosos durante el trabajo de Akira. Sabían que el maestro nipón conversaría con cada uno, siempre, previamente a un partido importante.

Foto: El Comercio.

Tanto Maruja como Ana Maria, recuerdan a este encomiable entrenador, como metódico. Akira les hizo entender que el juego era táctico, y que todo lo que hicieran dentro del campo tenía un argumento. «Yo hablaba mucho, gritaba, pero a la vez hacia jugadas que me salían de manera natural, y el maestro detenía la práctica y me preguntaba por qué había hecho eso, le guataba que le expliques y validaba el criterio», contaba Ostolaza.

Foto: Diario El Peruano.

Kato fue un entrenador que se preocupaba por los más mínimos detalles. Se encargaba de resolver lo que le faltaba a sus dirigidas, y trabajaba en ello. Les pedía las libretas a cada una, y aconsejaba que después del vóley debían tener una base educativa. Era un hombre que le gustaba mucho el ambiente familiar. Hizo almuerzos para que sus jugadoras compartan con sus hijos Koigiro, Kengiro y Noriko, en su última residencia en vida, en la avenida Las Artes en el distrito de San Borja. No fumaba ni bebía alcohol comúnmente, pero le fascinaba, como un peruano más, el sabor del Pisco Souer, la exquisitez de un buen cebiche y la esencia de un chifa, exclusivo de su restaurante preferido en la avenida Aviación.

Akira Kato Falleció un 20 de marzo de 1982 en la Clínica Ricardo Palma, a los 49 años. Ya son 38 almanaques, y sus hijas del vóley lo recuerdan, para que el Perú entero no lo olvide.












Un comentario en «AKIRA KATO: EL RECUERDO DE SUS HIJAS DEL VÓLEY, A 38 AÑOS DE SU PARTIDA»

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